viernes, 19 de marzo de 2010

CUIDADO DE LA NATURALEZA


Nuestra más frecuente relación en verano con la naturaleza y el más alto riesgo de deterioro de la misma por el fuego, la contaminación y otros factores, nos obligan a una especial consideración y a una llamada de atención sobre nuestro comportamiento con la misma. El cuidado de la naturaleza y del medio ambiente no es sólo cuestión de aficiones, medio de vida para unos pocos o una moda como otra cualquiera, que pasa. Es una obligación de todos y una responsabilidad en relación con los demás: con nuestros coetáneos y con las generaciones siguientes.

El Papa Benedicto XVI, en su última Encíclica Caritas in veritate, que trata del desarrollo, dedica un amplio espacio al ambiente natural o medio ambiente, porque la relación del hombre con el medio ambiente y sus deberes están íntimamente relacionados con el desarrollo.

La doctrina de la Iglesia sobre el medio ambiente parte de una de las primeras verdades de nuestra fe; a saber, que Dios ha creado el mundo para todo el género humano. Todos los hombres y mujeres de todas las épocas y lugares tienen el derecho, la obligación y la vocación de cuidar la naturaleza, cultivarla, hacerla producir, usar sus recursos, compartirlos con la presente y con las futuras generaciones y alabar a Dios por estos dones.

Los dos vicios que se oponen a esta doctrina son: Por una parte, la consideración de la naturaleza como un tabú intocable, cuando Dios la ha creado para el servicio del hombre y no al revés. Por otra parte, el abuso egoísta, irresponsable e insolidario de los recursos de la naturaleza.

El Papa dice que la naturaleza lleva dentro una especie de “gramática, que indica finalidad y criterios para su uso inteligente”. Su uso representa para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad.

El correcto uso de la naturaleza no se consigue sólo con medios técnicos. Es necesario un cambio efectivo de mentalidad, un nuevo estilo de vida, frente al de tantas personas hoy dominadas por el hedonismo y el consumismo.

El Papa pone de relieve la necesidad de una ecología humana, porque parte del principio de que también la persona humana pertenece a la naturaleza; más aún, es la destinataria de sus recursos. Por otra parte, los comportamientos humanos influyen positiva o negativamente en la naturaleza. Lo vemos claro en el caso de las guerras, el acaparamiento de recursos, como el agua, la energía, las materias primas…

«Para salvaguardar la naturaleza no basta –dice el Santo Padre– intervenir con incentivos o desincentivos económicos, y ni siquiera basta con una instrucción adecuada. Éstos son instrumentos importantes, pero el problema decisivo es la capacidad moral global de la sociedad.

Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental…

El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, como a la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral».

“La Iglesia –continúa el Papa– tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público. Y, al hacerlo, no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo... El sistema ecológico se apoya en un proyecto que abarca tanto la sana convivencia social como la buena relación con la naturaleza”.

Es necesario que todos nos decidamos a establecer una especie de alianza con el medio ambiente, que nos lleve a usar y tratar la naturaleza responsablemente, de modo que dejemos a las próximas generaciones una tierra habitable y cultivable.

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